domingo, 7 de febrero de 2016

ENTREVISTA: Francisca Cuerva López "Las cicatrices de la guerra"

Las cicatrices de la guerra

Francisca Cuerva López, es la protagonista de la entrevista de hoy, una anciana de 86 años, huérfana de padre con tan solo cinco y casi sin recursos para poder subsistir. Vivió la guerra en su mayor sentido, conviviendo con la muerte cada día de familiares y amigos.


– Buenas tardes, no queremos empezar sin darte las gracias por poder
contar con tu persona y querer responder a nuestras preguntas, aun sabiendo que le hará recordar una época difícil.


– Buenas tardes, no me harás recordar una época difícil ya que siempre está presente, es algo que no se olvida, ¿sabes? Aunque aprendes a convivir con ello, pues qué remedio te queda.

– ¿Qué edad tenía cuando estalló la guerra?


– Era muy pequeña tenía solo seis años, pero lo recuerdo todo con mucha claridad, ya que las alegrías se acaban olvidando, pero las penas y el sufrimiento se quedan en la memoria para siempre.

– ¿Tenía más hermanos o era hija única?


– Tenía un hermano tres años mayor que yo, que intentaba cuidarme, pero qué iba a hacer él si no tenía ni diez años y tenía la misma hambre que yo.

– Por el tono de su voz sospecho que pasó mucha hambre. ¿Me equivoco?
– No, ciertamente parecía un esqueleto andante, si se me podía llamar así, pues ya casi no tenía ni huesos. Siempre buscaba algo, pero nunca había nada para los pobres, así que junto a mi prima Catalina íbamos a algunas casas a ver si teníamos suerte y podíamos comer algo aquel día.

– ¿Y conseguíais algo?


– Raramente, aunque había gente que no tenía mucho, nos daban a veces un trocito de pan, en cambio, alguna gente de Zújar que verdaderamente tenía mucho más que yo, no nos daban nada. Simplemente nos echaban de allí diciendo que ellos estaban en la misma situación y que no podían hacer nada.

– ¿Y que hacíais cuando no conseguíais nada?


– Pues qué íbamos a hacer, nos volvíamos a casa con una mano delante y otra detrás y con más hambre que con la que nos fuimos. Sin embargo, a veces encontrábamos un poco de alfalfa y nos comíamos los tallos como los conejos mas no servía de mucho pues poco era.

– Supongo que si no teníais para comer tampoco tendríais para ropa o calzado.

– Qué íbamos a tener si casi nos moríamos de hambre. Ni zapatos ni muchos menos ropa, íbamos casi desnudos marcándosenos todos los huesos del cuerpo. Bueno, ciertamente miento, ya que llevaba una especie de camisón que mi madre me hizo con unas cortinas.

– ¿Y su madre no trabajaba?


– ¡Qué iba a trabajar, si no había nada! Hasta los ricos se escondían debajo de las camas para intentar pasar inadvertidos y que no entraran a matarlos los de las hoces.

– ¿Quién eran los de las hoces?

– Un grupo de malas personas que salían a la calle con las hoces a matar gente, a cualquiera que se encontraran y si veían movimiento en las casas, forzaban las puertas para entrar, pues según ellos nadie se podía salvar.

– ¿Han muerto conocidos suyos, algún familiar o amigo?

– Sí, por ejemplo mataron a José Antonio, un hombre bondadoso y muy listo que dio la luz al pueblo. Desgraciadamente, vinieron a buscarlo y al llegar a la trinchera lo pusieron en la boca de un tubo y le pegaron un tiro. Tras esto se creó una copla que decía:


José Antonio en las trincheras dándole cara a la muerte 

solo siento si me matan, madrecita de mi alma, que no volveré a verte

pero sé que si me matan en la tierra que yo muera

viviré con una España roja y negra por la pólvora y la sangre mi bandera.


– Entonces, ¿fue alguien importante?


– Sí, es más, lo he visto retratado en algunos cuadros, una vez que pasó la guerra.

– Y la posguerra, ¿fue un periodo igual de malo que la guerra?


– No, ya que aunque seguía habiendo hambre, ya no había miedo y los ricos comenzaron a contratar gente.

– ¿A qué edad empezó a trabajar? ¿Le pagaban mucho?

– Empecé a los diez años aproximadamente y al principio no me pagaban con dinero sino con una botella de aceite usado al que debía quitarle las moscas y colarlo varias veces. Si no sé cómo no he muerto.

– Para acabar, ¿quiere añadir algo?


– Sí, lo primero que si estoy viva es gracias a mi tío, que me llevó con él y con sus hijos para reponerme porque me moría de hambre. Lo segundo es que ojalá nunca viváis una guerra porque es el infierno en vida. Y por último que maldita canción la del Carasol que su única función era hacer daño, pues si bajabas la mano te tiraban al suelo a latigazos y si te negabas a cantarlo, morías.

– Muchas gracias por contestar a todas nuestras preguntas.


– De nada, espero haberos ayudado.

Aroa Rodríguez Rodríguez y Sonia López Fuentes, alumnas de 4º de ESO.

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